Puskas una leyenda eterna.
«El mayor jugador de fútbol del mundo fue Di Stéfano, me niego a clasificar a Pelé como jugador, está por encima de todo».
Puskas
En Budapest, capital de Hungría, el 2 de abril de 1927, nació Ferenc Purczeld Biró, que se dirigía a una de las selecciones que más encantaron al mundo en los años 40 y 50, siendo campeón olímpico en los Juegos de Helsinki-1952 y vice de la Copa del Mundo Mundo en 1954.
Uno de los grandes artífices de aquella era irrepetible cumpliría 90 años este 2 de abril, pero son pocos los que aún tienen el recuerdo vivo de sus andanzas por Madrid.
Cuando recaló en Chamartín llevaba casi dos años sin jugar debido a lo que en los estándares actuales contaría como la mayor injusticia del momento, una inhabilitación por parte de la FIFA y la UEFA por razones políticas.
Se había negado a volver a Budapest tras la invasión soviética en noviembre de 1956 para aplastar la revolución húngara e instaurar un gobierno satélite.
Puskas fue uno de los más de 200 mil húngaros exiliados a raíz del conflicto. En ese momento se encontraba en Viena con su equipo, el Honved, y decidió no volver. Debido a su cargo militar, fue juzgado en ausencia por “traidor”, lo que le valió la suspensión y la consecuente odisea en busca de equipo. Lo querían en Milán y en el Manchester United, pero el castigo hacía de su contratación una empresa imposible. Hasta que llegó el Real Madrid.
No muy alto, tirando a gordito, tras haber cumplido 31 años y sin actividad. La leyenda cuenta que el entonces entrenador, Luis Antonio Carniglia, estaba furioso. No le veía utilidad a un fichaje que respondía a una apuesta personal del presidente.
Pero Ferenc Purczeld Bíró, alias Puskás (escopeta, en húngaro), vino a darle la razón a Santiago Bernabéu.
Permaneció ocho temporadas en el club merengue en las que contribuyó activamente a ganar tres Copas de Europa más, cinco títulos de Liga y su primer título en la Copa Intercontinental. Disputó 262 partidos vestido de blanco, dejando un saldo de 242 goles.
Su historia en el Real Madrid es apenas un capítulo – si acaso bastante extendido – en una carrera casi irrepetible. Disputó, en total, 616 partidos con un saldo de 620 goles, números que hoy, como hace medio siglo, están al alcance de muy pocos. Allá a dónde fue, ya sea como jugador o como entrenador, fue alabado como uno de los más grandes. Incluso el Panathinakos griego, equipo al que dirigió entre 1970 y 1974, llegando a la final de la Copa de Europa en su primer temporada y conquistando un título de Liga, le han erigido una estatua.
Como es natural, donde mayor veneración se le tiene es en su natal Hungría. Fue, y sigue siendo, el mejor jugador que ha producido su país. Campeón olímpico en 1952 y finalista del Mundial de 1954 (el máximo logro húngaro hasta el momento), aún es el máximo goleador de su selección con 84 goles en 85 partidos.
El estadio más grande del país, en Budapest, lleva su nombre desde 2002 – y, de hecho, está enterrado ahí. Su muerte, acaecida el 17 de noviembre de 2006 a consecuencia de una larga batalla con el Alzheimer y complicaciones respiratorias, fue llorada por todo el país e incluso el Parlamento suspendió toda actividad para dedicarle un minuto de silencio.
En los últimos años, su familia, a petición de su hija Anikó, ha ido recopilando reliquias por todo el continente para llevarlas al Instituto Puskás en Felcsút, al norte de Budapest. La colección de artículos va desde trofeos (la mayoría conquistados con el Real Madrid), camisetas, medallas, botas y fotografías. Casi todas, por cierto, procedentes de Benidorm, donde vivió un par de años después de su retiro.
No ganó un Balón de Oro aunque lo merecía, sobre todo teniendo en cuenta que tuvo un papel fundamental en la conquista de la quinta Copa de Europa, luego de que le marcara cuatro goles al Eintracht de Frankfurt en la victoria por 7-3. Pero al menos le tocó en vida el reconocimiento internacional cuando la FIFA lo nombró el máximo goleador del siglo en 2004.
Ya no le tocó ver a Joseph Blatter instaurar el Premio Puskás al mejor gol del año en 2009. Ni a su viuda Erzsébet, bañada en lágrimas, representándole en la ceremonia que se llevó a cabo en Hungría.
En el Real Madrid, el reconocimiento institucional a Puskás – el que va más allá de las cálidas palabras – ha sido más bien discreto.